He salido de casa volando, huyendo del desayuno calórico, con sólo un bol de Special K con leche "semi" en el cuerpo. Eran las ocho y media de la mañana, y me he topado con toda la gente que iba a trabajar. Es lo que tiene septiembre.
A las diez y media no podía más, necesitaba un bocadillo, pero he decidido cambiarlo por un café americano, porque ahora me quedan mejor las camisas que las camisetas, y no me importa, aunque tampoco es cuestión de acabar como un "bear". He salido de la biblio, y el patio estaba lleno de veinteañeros, estudiantes de diseño, que no paraban de fumar. Un grupo de niñas se me ha quedado mirando, supongo que por la barba o por las gafas o, lo que es lo mismo, mi cara de vocal del Consejo General del Poder Judicial.
He cruzado la calle Hospital, y me he metido dentro de una panadería, porque el Mendizabal me daba muchísima pereza. Mientras tomaba mi café, observaba a la panadera lidiar con un cliente de lógica muy diferente a la común y, de repente, cual epifanía, me he sentido ridículo con mi café americano y mi jersey de Marc Jacobs: muy vigente, pero de la temporada pasada. El jersey, claro.
He vuelto a estudiar, y luego me he tomado otro café con Elena en la casa de Carlitos y Patricia, que no estaban; y luego otra vez a estudiar, hasta que he terminado lo que tenía planeado. Ahora voy a ver el capítulo de ayer de Gossip Girl, que no sólo de HBO vive el hombre, y a decidir lo que hago con mi jersery de Marc Jacobs y con tanto café en el cuerpo.
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